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martes, 11 de febrero de 2014

Un pequeño cuento de discapacidad...

Vacaciones.
Rosita, Horacio y el hijo de ambos, Ezequiel se están divirtiendo a la orilla del mar. Hace ya varios días que se encuentran de vacaciones en un hermoso y conocido lugar de la Costa Atlántica.
La playa es completamente accesible. Aunque Rosita usa bastón y su esposo silla de ruedas ambos pueden acceder a todos los lugares sin inconvenientes. Hay baños para personas con discapacidad en ese balneario y veredas de cemento de dos metros de ancho que llegan casi hasta tocar el agua y también hasta la cantina, para el caso de que quieran ir a tomar o a comprar algo y a los baños y duchas.
Además, la encargada de la administración ubica estratégicamente a las personas de acuerdo a su edad e intereses: las familias que tienen bebés y cochecitos en un lugar, las que tienen niños y niñas pequeñas cerca de las hamacas, los toboganes y los subibajas, los y las adolescentes en otro sitio, un poco más alejado para que puedan escuchar su música preferida y bailar sin incomodar a otras personas.
Mientras Ezequiel arma castillos en la arena, Horacio lo observa sonriendo agradecido desde su silla de ruedas. Ezequiel tiene tan sólo cuatro años y está entusiasmado ese día con sus construcciones y juegos. De vez en cuando levanta su cabecita y mira a su papá que lo alienta para que continúe.
De pronto, los nubarrones oscurecen el cielo, comienza a soplar un viento muy fuerte, las pertenencias y las sombrillas vuelan de un lado hacia otro. Las carpas son sacudidas y tiemblan como si se irían a salir de las estacas mientras caen grandes Gotas de lluvia.
Un grupo de varones y mujeres, que estaban jugando unos minutos antes al vóley vienen corriendo y levantan a Horacio, con silla y todo y lo trasladan hacia el parador, lo colocan abajo del techo y se van,
satisfechos, sin decir ni preguntar nada. Al poco rato, cuando la tormenta amaina, llega Rosita con Ezequiel y encuentra a Horacio cubierto de toallas y a la señora encargada de la cantina sirviéndole un té caliente.
Horacio le dice a Rosita: “Estaba muy contento debajo de la lluvia, gozando de la frescura del agua después de tanto calor y de repente, me encuentro acá, envuelto como una momia, sin que nadie me haya dicho ni preguntado nada. Es muy bueno que encontremos personas dispuestas a brindar su ayuda, pero es mejor todavía que dichas personas pregunten si uno quiere o necesita la ayuda”
Rosita sonríe y piensa durante un buen rato. Un poco más tarde y con Horacio ya más calmado añade su opinión: “es muy probable que las personas que te ayudaron nunca han tenido contacto con usuarios/as de sillas de ruedas, y por ese motivo, tienen un modelo incorporado al respecto que no se condice con la realidad. Ellas estaban dispuestas a ayudarte, y creyeron que de esa forma lo estaban haciendo, no obraron así para molestarte, sino que lo hicieron por solidaridad”
Horacio mueve la cabeza y hace un gesto de asentimiento. Sabe, con certeza casi total, que lo que manifiesta su esposa Rosita es verdad.

Las personas con discapacidad son iguales a todas las demás. Por eso, es preciso tratarlas con equidad, respetar su voluntad, y colaborar para que sean protagonistas de sus vidas y responsables de sus acciones, sabiendo que son usuarias, ciudadanas, clientes, electoras, votantes; deciden, eligen y conocen qué es lo mejor para ellas.


Es importante ayudar pero es más importante aún preguntar antes de brindar la ayuda. Una sociedad que respeta e incluye es una sociedad respetada, inclusiva y valorada. 

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